domingo, 20 de septiembre de 2009

Gente de la cultura

La ciudad está en las vísperas de un nuevo Festival de Teatro. Al igual que los otros festivales porteños de cine, tango, etc., etc., que se vienen realizando hace ya unos cuantos años, desde julio estuve expectante por las obras que estaban por llegar. Googleamos. Nada. Sólo el anuncio de la convocatoria para el concurso nacional que había terminado en abril (y yo estaba paseando por www.festivaldeteatroba.gov.ar en agosto!). En fin, un primer mal síntoma.
Llegó el sábado 12 de septiembre y en los diarios hubo un aluvión de notas. Bla, bla, bla. Y las ventas empezaban ese lunes 14 en la Secretaría de Cultura de la Ciudad (Av. de Mayo y Plaza de Mayo) y por interné. Era de esperarse: la venta online no funcionaba ese lunes a la mañana (y, como sabemos los habitués del festival, las entradas vuelan). A la salida de la estación del subte A, una escandinava promotora empleada (¿temporal?) por el Gobierno citadino acusó que estaba funcionando hasta “recién”. Había tomado, como hombre de la cultura, la determinación inquebrantable de ir con el cuerpo a comprar las entradas de un festival que no promete lo que el último. Pese a las calidades disímiles, la edición anterior trajo entre otras a Lés Épehémères (cuestionada, pero había que verla), Zero Degrees, Kagemi y otras. No importa, esperaré dos horas a la sumo, pensé. Como hombre de la cultura debo ir, dije.













Kagemi

Allí estuve con otras 50 personas no más 5 horas (sí), esperando. Como suele suceder en este tipo de congregaciones signadas por un interés común, gente que nunca se hubiese puesto a charlar empezó a hablar. Bichos raros, digamos, para una foto simbólica: un jubilado, un oficinista con vocación de crítico teatral, una profesora universitaria, una estudiante de actriz y un director de teatro. Esa foto representativa del público del festival no fue captada por la fotógrafa que daba vueltas por ahí. Ella fue contratada para retratar “la exitosa convocatoria”: apenas una fila amuchada en la puerta de la Secretaría. ¿50 personas en una sola boletería y sin que funcione la interné? En las ediciones anteriores había 6 puntos de venta distribuidos por toda la ciudad y había colas más largas! Para esa foto convocante, detuvieron la venta así se acumulaba la gente. En fin. Éramos los que estábamos. En eso, me empezó a hablar el oficinista con vocación de crítico, un trajeado de casi 60 años. Su frase introductoria: “Este es el sacrificio de la gente de cultura”. Sus palabras escondían una tradición nefasta: ¿qué es cultura? Pero como sabía que no lo decía desde el conocimiento, lo tomé como un aperitivo para esas largas 5 horas. ¿Qué pensaba la gente de cultura? El jubilado participaba paulatinamente de la charla. Y empezó una carrera, alentada por el oficinista, de quién había visto a qué actor o qué obra en Buenos Aires y otras ciudades. Resulta que cada cinco frases y ante la queja colectiva por la espera, castigaba con sus “la gente de cultura”, “el sacrificio de la gente de cultura”, “la fiesta de la cultura”. Difícil, pero pude tolerarlo más por una vocación antropológica que por otra cosa. La cola avanzo 5 metros en dos horas y el amigo oficinista fue contándole el mismo verso de la cultura a la profesora, a la actriz, al director, al perro. “Porque nosotros somos gente de la cultura”. Pobre hombre, después de cuatro horas de cola no pudo esperar más y se nos fue (porque en esa instancia de la jornada ya lo queríamos, ya lo necesitábamos, ahora lo extrañábamos). Se nos fue con un “perdónen por la lata” escapando por el costado de la boca. Se fue el hombre de la cultura.
El otro hombre de la cultura, el Señor M. (me pongo en jubilada indignada para el noticiero) nos puso a nos, que queremos el festival, en una situación densa. En la comunidad de la espera coincidíamos en que ninguno estaba del todo a gusto con el festival. Que sentíamos cierta traición con nuestras convicciones, bla, bla, bla. El hijo no tiene la culpa de las cagadas del padre. Posiblemente, este festival no sea el mejor, por presupuesto, por concepto, por compromiso de la gente gestora de cultura. Pero al festival vamos igual. El costo de cancelar el festival de teatro habría sido muy alto, como cuando quisieron hacer lo propio con el de cine. ¡Pero si ahora ya ni tienen que crearle identidad, la convocatoria siempre fue mucha, ahora sólo deben ejecutar! No. Detrás de la selección de las obras, del berreta programa de mano, de la ineficaz y ridícula decisión de un solo punto de venta, está el mismo espíritu. Cancelar el festival sería gravísimo, pero pauperizarlo sería menos evidente. Le damos de comer teatro, pero que no tenga gusta a nada. Así hasta que se aburran. Por lo que respecta a la concepción de este festival, todo parece indicar que están desinflando lo que supo gestarse durante más de 10 años. Así, ya no nos parecerá necesario un festival de teatro. Así, ya no lo extrañaremos más y nos olvidemos de él y no nos encontremos más con gente de la cultura.

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