viernes, 16 de octubre de 2009

Se fue la primera

Se fue la primera. Estoy cansado de preguntarme qué decir cada vez que voy al teatro. Seguramente, se debe a mis rudimentarios elementos críticos. Pero aquí vamos.
Evening Stravinsky o Velada Stravinsky. Dos obras. Dos episodios. La dama que me acompañaba quería irse en el intervalo. No sé si se hubiese ido en caso de no existir el intervalo. O si lo hubiese propuesto. Coincidimos en ese momento de incertidumbre en que la obra era aburridísima. Su primera parte, la Petrushka. Le dije que esperáramos, que no nos podían estar vendiendo un show turístico importado por la embajada de Finlandia. No podía ser un folklore tan perfectamente prolijo, tan fronterizo entre el espectador de risa fácil y el espectador exquisito de la forma. Amigos que también estaban viendo la función dijeron “divertirse”. En cualquier caso, la “diversión” y la complicidad de la risa ante el suceso obvio entre una patada y el sonido de acordeón era todo lo que se podía esperar la Petrushka. La pantomima, el sonido significante a la ligera, y una narración del siglo XIX. Bueno, eso fue la primera parte. Un bodrio desesperante, una tontera turística.



Por suerte, había una segunda parte, a la que había que esperar: Hunt. Ahora sí, para eso había pagado la entrada. De nuevo, como festivales anteriores, la danza haciendo preguntas sobre la representación y sobre el teatro. No era necesaria la pantomima. Hacían falta esos 32 minutos de solo en el escenario. No hacía falta una estética fluorescente y fiorda (¿??). Ahí estaba el pibe, haciendo cisnes (el gesto de un cisne, no “el” cisne) y su metamorfosis humana: la corrida y el salto bípedos. Más la armonía de luces y su explosión. Estábamos advertidos (no era apta para epilépticos). Nuestro cuerpo, ya no el que está sobre el escenario, sufrirían un proceso de cansancio. Un agotamiento por translación, por recepción y por conmoción. ¿Cuántas veces nos obligan a cerrar los ojos en el teatro? ¿La única forma de vivir la experiencia teatral es sabiendo todo? Y cuando se repetía la explosión lumínica por segunda ya sabíamos, casi como un reflejo, que debíamos cerrar los ojos. ¿No es ello la experiencia del teatro durante el teatro mismo y no la reflexión tras la obra? ¿No es la reflexión, sino el reflejo reflexivo? En unos minutos, vivimos toda la experiencia del teatro y toda su teoría. Luego de ese shock repulsivo (no sólo yo, sino la gente que me acompañaba sentía algo parecido), otro momento fue unheimlich, maravilloso. El cuerpo del bailarín atravesado por miles de imágenes. ¿Es el uso de la tecnología algo nuevo en el teatro? No, no lo es y nunca lo será. Es un instrumento más y su uso, su integración en la obra, es lo que puede ser novedoso. Y de ahí que se puede hablar de deux ex machina, no por el elemento en sí, sino por el efecto que él provoca. Ni que hablar de la música, que jamás se podría decir de ella que renueva el teatro. ¿No es el cuerpo y la voz de los actores un ritmo ya? Pero esa no es la cuestión. Luego del solo y los claroscuros, ese cuerpo bañado de imágenes interminables no dice algo de la imagen. Dice algo de nosotros. El cuerpo sumergido en un mundo de imágenes que no pueden retenerse y que, no obstante, dejan sus huellas. Y la inversión, la última, y más tenebrosa. El ojo sobre el cuerpo. El ojo que recibe y que mira al espectador. Y nosotros, espectadores, que lo miramos. Y él que nos sigue y que se multiplica, y achica y agranda. Y nosotros que los miramos mutar, ser otra cadena de imágenes y esperar que esa catarata vuelva a ser un ojo fijo, lento, que nos mira. Ya no sé dónde termina ese ojo-cuerpo que produce naúseas y que, sin embargo, necesitamos. Ahora sí, había que quedarse.

Acá, La tecnología y la música renuevan el teatro mundial (por María Silvina Ajmat)

Gracias Lu!

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